11 dic 2009

HIJA DEL TIEMPO / Laura R. Martínez

Plural Editorial / imagen tapa: “Uniformes”, Judy Bustamante / junio 2008 / 978-99954-1-150-3 / Premio Nacional de Poesía Yolanda Bedregal 2007
Aquellos niños dormían con tal placidez que no merecían ser despertados. Medea, ¿concibió la vida como castigo?
Mónica Velásquez toma la tragedia de Medea y relee aquel apasionado sufrimiento del abandono amoroso: la traición. Sus palabras se basan en el diálogo ficticio entre Medea y su “hija” muerta. A través de las páginas se desarrolla un intenso cruce de sentimientos entre una mujer adulta y otra, entre una madre y una hija, entre un amor y un odio, entre una vida y una muerte. Piadosa, la hija, que todo lo comprende, que da valor y anima a la madre, perdona. Pero sobre todo, como escribe la autora:
Yo, tu hija muerta, / vuelvo de la muerte para amar la impotencia / para enseñarte a dejar ir, para aprender a perder… / para perdonarte, / coser las que fuiste / y juntas devolver la sombra / al Sol
En la presentación del libro Hija de Medea en Santa Cruz, resuelta la autora se dispuso a leerlo todo. Su voz no enfatizaba. Los versos eran parejos en la tragedia de ser nombrados uno tras otro hasta que no quedaron más.

Luego, vino un intercambio con los oyentes -la mayoría escritores-. Entonces la autora remarcó el impacto que le causó la versión de Medea (1988) de Lars von Trier, y que muchos de los presentes no habíamos visto todavía. Y comentó que alguien le preguntó por qué se había inspirado en Medea, dando a entender lo extraño del asunto siendo ella paceña y la tragedia “tan griega”. La ocurrencia suena tan descontextualizada como si, por buscar un ejemplo cercano, a Leopoldo Marechal le hubieran preguntado por qué Antígona.

Ella, Medea, no cabe junto al sentimiento de sí, sola, en verdad no sola, sino sin él. ///
Acabo de dar con este poema de Ruben Darío titulado “A Bolivia” (lo transcribo):

A BOLIVIA
Del chorro de la fuente (1886-1916)
En los días de azul de mi dorada infancia,
yo solía pensar en Grecia y en Bolivia:
en Grecia hallaba el néctar que la nostalgia alivia,
y en Bolivia encontraba una arcaica fragancia.
La fragancia sutil que da la coca rancia,
o el alma de la quena que solloza en la tibia;
la suave voz indígena que la fiereza entibia,
o el dios Manchaypüíto, en su sombría estancia.
El tirso griego rige la primitiva danza,
y sobre la sublime pradera de esperanza
nuestro Pegaso joven, mordiendo el freno, brinca.
Y bajo de la timba del misterioso cielo,
si Sol y Luna han sido los divos del abuelo,
con Sol y Luna triunfan los vástagos del Inca.

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