15 ago 2012

LOS TRES CIELOS / Homero Carvalho


Una nueva antología, esta vez el turno de los poetas del oriente. Los tres cielos, se presentará próximamente auspiciada por la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia, Otro Arte para el diálogo y el desarrollo de las artes contemporáneas y bajo la mirada del escritor beniano Homero Carvalho.

El trabajo está compuesto por 46 autores de diferentes generaciones, todos nacidos o relacionados fuertemente con la región amazónica de Bolivia, integrada principalmente por los departamentos de Beni, Pando y Santa Cruz de la Sierra. 

"El imaginario literario cruceño está marcado por lo amazónico como se puede apreciar en la poesía de Raúl Otero Reiche" dice Homero y explica que no incluyó poetas paceños porque "su cosmovisión y su espíritu son más andinos" ni "a los hermosos cantos, mitos o leyendas de los cerca de 30 pueblos indígenas que habitan esta región, por formar parte de la tradición oral", esencialmente.

Sin embargo, el autor no evita cuestionarse si "¿existe la poesía amazónica boliviana?", una escritura que tendrá qué particularidades o quizá responderá a qué temáticas. "(...) existe una cultura que está definida tanto por la cosmovisión como por el lenguaje de las etnias que la habitan, que han fijado una manera de pensar y de sentir el universo (...)", fundamenta Carvalho.

Los tres cielos propone una lectura contextual de un conjunto diverso de autores unidos por un entorno geográfico común. Entre los textos se puede leer a Pedro Shimose, Gary Daher, Nicomedes Suárez Araúz, Blanca Elena Paz o Paura Rodríguez Leytón, por mencionar a algunos de la vasta selección. Todos ellos arriesgando, como expresa Homero, su interpretación del paisaje y el conglomerado que forman su gente y la cultura que lo habita.

La antología viene a sumarse al conjunto de libros que colabora al proceso de circulación y difusión de autores, en este caso, perteneciente a una región.



Homero Carvalho Oliva (1957) Escritor y poeta boliviano. Ha publicado tres libros de cuentos, siete novelas y cuatro libros de poesía: Cuerpos (1995); Las puertas (2006); Los Reinos Dorados (2007) y El cazador de sueños (2010). Ha obtenido varios premios de cuento en Bolivia y otros países, además del Premio Nacional de Novela de Santa Cruz, con Memoria de los espejos (1995) y La maquinaria de los secretos (2008). Su obra literaria ha sido traducida a otros idiomas, además de figurar en más de veinte antologías nacionales e internacionales.

13 ago 2012

LENGUA GEOGRÁFICA / Pamela Romano

Las naranjas de otoño

soy algo
con lo que has soñado toda tu vida: seguramente
y huelo a acetona / desaliñada / despeinada
subiendo mi escote
una manera de decir que el encuentro es prolongado
en los lugares supuestamente prohibidos a los que acudo regularmente
y pido:
que mi madre nunca se entere de esto
por su bien
desde entonces -extraño- estuvo la piedra
como si alguien hubiera tocado la puerta y saludado por casualidad
pasaba / además ya te veía
te adivinaba en los quehaceres más absurdos
todo
el trayecto y la aventura de la frutera a la verdulera cuando regateabas
en es mercado miserable el precio de lo que se traga lo mismo
a cuando hablabas concienzudo con mi madre (gran chico)
para qué estamos –me pregunto– considerándonos
civilizados o simplemente algo coherentes: almorzamos

y caminamos de la mano luego para hacer digestión –asumir
con gran alarde el compromiso mutuo / a reglón seguido
caligrafía eximia / miramiento serio
del margen y pulcritud de Severino al borde de un ataque de nervios
que es en rigor lo que se dice ES (mayúsculas) esto el amor.
gran hallazgo

todos los días pierdo una llave y me las arreglo: trepo

lo que intuyo es mi propia casa y digamos paso por usurera
de las pepas que todos dejan después de haber comido endulzados (babeando)
una naranja en pleno otoño: en pleno umbral de mi puerta
por alguna razón
amanezco

demasiado empijamada en esa cama que me pertenece hace años
soy verdaderamente ejemplar
al abrir los ojos (otra vez) y pestañar / corresponde la visión
y las uñas ante ti / y ese cuaderno de 100 hojas que me regalaste
gran ocurrencia – para que escriba:
ciertamente

todo (se) acaba -prolongado al cien / escribir al revés a cuenta regresiva
99 98 97 etc- y todo queda: o tantos errores ortográficos incorregibles
o mejor quitar hojas romperlas -adelantarse- cuando se sale a la calle sabiendo
ya sin alhajas ya sin tintes / algo bajo el brazo

que es realizar la imagen del cero


Pamela Romano (1984, La Paz). Poeta, crítica de arte y artista audiovisual. Licenciada en Literatura por la Universidad Mayor de San Andrés. Hizo una tesis sobre la expresión neobarroca en Bolivia desde distintos soportes como la literatura, el cine y la pintura. Ha publicado el libro "Lengua geográfica" (Plural, 2009) con el que obtuvo Mención de Honor en el Premio Nacional de Poesía "Yolanda Bedregal". Su obra poética está recogida en varias antologías latinoamericanas. Tiene inédito el libro "Huasa".

En CIRCULO DE POESÍA, nuestra colaboración.

LA BESTIA ENSANGRENTADA / Paola Guardia Arzabe


"(...) No me conmueven las lágrimas sino la tristeza. Me conmueve la vida aunque no me emocina. No me asombran las enfermedades, ni estertores de muerte, ni cotidianas bajezas, ni mezquindades. Me enternece la humanidad de la carne. (...)"


Paola Guardia es una artista particular, dedicada a explorar las técnicas gráficas creativamente. La pintura, la ilustración y la serigrafía se han convertido en su oficio, pero no el único.

El trabajo compuesto bajo el título de La bestia ensangrentada (2009), está integrado por tres textos y más de 20 serigrafías, algunas de ella conformando una superposición de colores que refiere a la impresión offset.

Este libro editado integramente a mano bajo su primer sello, "La maquinita", es de una profesionalidad difícil de decir sin sonar aduladora. Actualmente, "Mano de mono" (el nuevo sello) se ocupa de impresiones planas en serigrafía, (de más está decir) continúa realizando los trabajos enteramente a mano.

Otros y yo. un crecimiento interno que padece el mundo externo, avanza recorriendo los sitios vitales del cuerpo. Sister. "¿qué y quién me faltaba?" la dualidad más que bilateralidad deviene en un mundo familiar de adversos. Finalmente, La bestia ensangrentada. "sin preguntas nadie la recuerda" viene a concluir una trilogía que abre, justamente, preguntas como contraseñas.

Las imágenes van variando su figuración hasta el final, en una serie de color y concentración de negro, de pleno negro grafismo a trazos gestuales; impactan vivamente el ojo.


Paola Guardia Arzabe. artista. Participó en exposiciones colectivas del SIART entre 2001 y 2005; individuales, entre 2004 y 2009. Obtuvo Mención de honor en el Salón de Arte Joven (2003). Su trabajo fue difundido en las revistas: Crash, Gringo muerto y Estroboscopio. Integró la exposición La fiesta pagana, Cien mujeres, cien óleos y es parte del grupo Lápiz.

23 jun 2012

ENTRE LA MARAVILLA Y EL MIEDO / Emma Villazón


Difícil hacer algo semejante a una descripción del reciente poemario de Paura Rodríguez Leytón Como monedas viejas sobre la tierra (La Hoguera, 2012), cuarto libro de poemas de la autora, debido a la profusión de secuencias oníricas hiladas de forma tan depurada que presenta, y a la vez por el carácter críptico de los versos —y digo críptico en el sentido positivo del término, ya que ofrecen sensaciones fuera del código convencional de coordenadas sensitivas de la vida diaria. Pero justamente en ese rasgo esencial reside mi atracción por la obra y mi necesidad de hablar de ella, en la capacidad que tiene para deslumbrar a través del recorrido de una voz poética —el libro consiste en un largo poema organizado en estaciones numeradas— que transita por el monólogo y luego interpela a un otro y a una otra indeterminados, revelando experiencias plásticas desconcertantes, cuya fuente además de la alquimia con la palabra pareciera surgir de una relación con los sueños. 

Escuchemos: “Una pared alta,/ de tierra/ abre un espacio extraño en mi memoria”; “He me aquí transparentada/ por una luz cenicienta/ lamiendo los dedos para contar las horas”; “Mi lenguaje a ciegas/ los caminos como horas diluidas:/ semillas dispersas en la arena”. Desde el comienzo del libro se cruza un umbral donde raras imágenes suceden y aluden a una resistencia contra el olvido a la vez que a la necesidad de una aceptación amable de la transitoriedad de la vida. Complicada tarea. La conciencia de lo que hace el tiempo en el cuerpo provoca asombro, daña, pero también es una buena señal porque “el asombro mantiene vivas las venas”. La dispersión de la identidad da el tono del poemario, uno de constante sorpresa y peligro, donde a la vez hay cierta referencia al poder que tendría la voz poética para lanzar augurios y descubrir otras realidades: “Juntos lamiendo la oscuridad/ remachando el silencio/con augurios cotidianos”; “te adormeces buscando la verdad”; “esperamos siempre/ que vuelva/ el sigilo de los secretos menudos”, característica esta última que me recuerda a esa figura del poeta que se asoma a lugares sagrados y devela una verdad más trascendente, búsqueda poética en la que el hablante asume el lugar del médium, y que fue, en su momento, explotada por el surrealismo. Pero pienso, más precisamente, en Olga Orozco al percibir este camino en Paura. Por ciertos momentos, creo algo de la práctica orozquiana resuena en Como monedas viejas sobre la tierra en más de un sentido: primero, como señalé, en comprender la voz poética como la de una oficiante o sibila, o un puente que une lo perdurable con lo momentáneo, lo invisible con lo visible a través de la experiencia onírica; y segundo, porque en ambas permanece como un principio la idea de que la tensión desgarradora que se vive a causa del tiempo puede resolverse de alguna manera en el poema, es decir en ambas está la creencia de que el poema salva; cito a Paura: “Un poema podría ser el mejor refugio para tus huesos,/ para tu fémur olvidado”, y a Olga, que, en un breve texto titulado “La poesía”, dice que el poema es un acto de fe, “como un poco de salvación en el fondo de la pérdida, o como el alivio de haber salvado el lenguaje después de haberlo expuesto al mayor de los peligros”.

Pero para que tengamos una idea aún mayor de la intensidad de Como monedas viejas sobre la tierra, podríamos imaginar la experiencia de lectura como el ingreso a un sendero confuso, de fácil y seductor extravío, donde el yo hace una labor de sanación, de afirmación de la vida, a través de ritos domésticos, sufriendo ciertos vértigos (“mejor no reavivar la llama,/ mejor no estar así arrimada por lo que no sé”), y donde también pide caminar con un otro (“Juntas/ las formas de nuestros pies/transitan el delirio del olvido”), y asimismo, como mencioné, donde se establece un diálogo con una otra: “Mi lenguaje/ recuerda que hacías pedazos los papeles,/ y que cruzabas descalza la noche/ en la que hacía falta un diván amarillo”, interlocutora sobre la que coincido con el poeta Antonio Terán, quien hace el prólogo del libro, en que podría ser la misma poesía. Ante esta “otra”, la voz poética encuentra un regazo, se da el éxtasis “entre maravilla y miedo”, “los versos caen/ como monedas viejas/ sobre la tierra”. De esa manera, entra en juego en la obra la imagen de los versos como monedas antiguas, como objetos intercambiables fuera del orden de la economía imperante, pues circulan en el ámbito de la escritura, donde los valores de la cotidianidad entran en quiebre, y lo más antiguo puede ser lo más nuevo y deslumbrante; es decir, circulan en un espacio donde todo es posible.


Paura Rodríguez Leytón (1973). Es poeta y periodista. Mereció el Premio Nacional de Poesía convocado por el Gobierno Municipal de Sucre. Sus últimos poemarios son Ritos de viaje y Pez de Piedra.

2 mar 2012

RESTOS DE UN CIELO / Marcia Mogro

"Restos de un cielo" partes. vestigios. fragmentos. rastros, es el último libro de Marcia Mogro. Publicado por Plural (2011) la edición permite intuir una bellísima ilustración de tapa realizada por Germán Gaymer Rowe.


"Los Selknam (onas) y los Kawéskar (alacalufes) junto con los Yámana, antes de ser exterminados eran los pueblos indígenas más australes del planeta, ubicados en la Tierra del Fuego y en los fiordos del suroeste de Chile, donde aún sobreviven algunos seres humanos que representan a esas etnias protohistóricas del mundo (como los Urus en Bolivia). Pero ¿qué tiene que ver este hecho antropológico con un libro de poesía? Ahora todo.

Pues resulta que la honda palabra poética de Marcia Mogro (Semiramis, 16MG, Los jardines colgantes, De la cruz a la flecha, Lacrimosa, Excavaciones) en este su último libro compone un solo poema de largo aliento, en el modo de la poesía concreta, exenta de subjetivismos, desplegando una plena y rica madurez expresiva para hablarnos de esos pueblos canoeros del mar, desaparecidos, asesinados, cuyos cuerpos eran tirados al mar desde el amanecer hasta el anochecer por el invasor europeo o mestizo.

Con lúcida evocación del avasallamiento y el genocidio, el poema nos dice sin concesiones cómo se arrasó la paz y la belleza de unas culturas irrepetibles, las cuales en un medio ambiente extremadamente inhumano transformaban todas sus actividades cotidianas/ en sublimes/ y elevados/ actos/ de amor. Aquellos que fueron llevados a Europa para ser expuestos como curiosidades semihumanas, aberraciones semianimales, en ferias de la civilización rampante. De ellos sólo han quedado los restos de un cielo: partes, vestigios, fragmentos, rastros estremecedores y alucinantes, que la alta y tensa sensibilidad de la visión poética de Marcia nos permite conocer y saberlos transcurriendo en abismales soledades."

Contratapa: Alvaro Díez Astete.

15 feb 2012

EL VALOR FUNDAMENTAL DEL INSTANTE VIVIDO / Guillermo Augusto Ruiz

Entrevista a Eduardo Mitre.-
Autor de una extensa obra poética –que comprende, hoy en día, once poemarios–, así como de cuatro antologías poéticas donde incluye ensayos sobre las obras recogidas, Eduardo Mitre (Oruro, 1943) es sin duda uno de los mayores representantes de la poesía boliviana contemporánea y, a la vez, de su faceta crítica. Partiendo de sus dos últimos libros, en poesía y ensayo respectivamente –Al paso del instante (Valencia, Pre-textos, 2009); Pasos y voces (La Paz, Plural, 2010)–, esta entrevista, que generosamente Eduardo nos concedió desde Nueva York, pretende dar un repaso retrospectivo, mas también volcado hacia el porvenir, de la labor del escritor boliviano. 
 
I. La poesía

Tus últimos poemarios –El paraguas de Manhattan (2004), Vitrales de la memoria (2007) y Al paso del instante (2009)– parecen formar un tríptico, en el cual alternan la presencia de Nueva York y la memoria de tu Bolivia natal. Ahora bien, El paraguas es ante todo celebratorio, mientras que Al paso del instante es predominantemente melancólico. ¿A qué atribuyes esta inflexión?
El paraguas de Manhattan fue escrito desde el asombro que produjo en mí el descubrimiento o redescubrimiento (viví antes en Manhattan) de esta entrañable ciudad; en tanto que Al paso del instante, desde la extrañeza (uno de los poemas se llama justamente “Extrañamiento”) y, sobre todo, desde la conciencia de la preciosa fugacidad del tiempo. Tal vez la mejor cifra del libro sea el verso magistral de Nemerov que va como epígrafe del libro: In the instant absence of forever: now.

Ya desde el título, Al paso del instante, pareces afirmar tanto la realidad del instante como la irreversibilidad del tiempo. Aparece entonces un “instante trizado”, fragmentado en el tiempo y el espacio. ¿No es esta fragmentación contraria a la voluntad de “construir la morada”, como leemos en tu primer libro, Morada (1975)? 
Tanto o más que “el carácter trizado” que anotas, esos poemas comunican la naturaleza fugaz e irreversible del instante. La comparación o referencia a Morada me impulsa a señalar una diferencia: el espacio en este libro es predominantemente íntimo, el de la pareja; en cambio, los ámbitos o escenarios de Al paso del instante son los de la ciudad. El primero, diseña el espacio de la presencia, la permanencia; en el segundo, no hay sino tránsito y transeúntes, pasantes. 

En “Arte poética”, el primer poema, y en el que le sigue, aparece la figura del ángel, como “leve” e “inmune al tiempo”. ¿Cómo entra en tu poética, que es terrenal, esta figura celeste? 
No es —que yo recuerde— una figura recurrente en mi obra; su aparición en el poema mío que citas acaso sea una cifra del aliento del poemario, del instante poético; el ángel, los ángeles, aparecen y desaparecen, como las visiones de los pasantes que propiciaron el poemario: la madre y el niño falto de un brazo, la hermosa mujer que detiene un taxi, ingresa en él y se pierde en el tráfago de la ciudad; la pareja de ancianos esperando el autobús…. Así, el ángel sería la cifra de la escritura a la cual aspiro: ágil, intempestiva, ligera, es decir: vivaz. Y a propósito, escribí un poema breve, inédito, que excluí del poemario, cuyo título es precisamente “El ángel del instante”; transcribo tres de sus cuatro estrofas:

Va con las alas plegadas
pues prefiere la marcha al vuelo,
la tierra y las calles planas,
a los riscos y montañas.
Sin memoria ni nostalgia,
el aquí y el ahora:
son el espacio y el tiempo
de su efímero reino.
———
Ahora encarna en el reflejo
del rostro de una muchacha
que de paso por la plaza
se contempla en el espejo. 

En “Vías” –poema de Ferviente humo (1976)– leemos este precepto: “agarrarse al oído –no a lo ido”. Sin embargo, a partir de Vitrales de la memoria, el recuerdo es fundamental en tu poética. ¿A qué se debe esta inversión?
Vivir es construir recuerdos, escribió Huidobro. Estos cobran preponderancia en mi poesía al sumarse los años y, con ellos, las pérdidas de presencias amadas. En Vitrales de la memoria trato de recuperar los paisajes de mi infancia y adolescencia: el Altiplano orureño, el balneario de Capachos; la casa paterna, los “chaucheros”, la plaza Colón y los cines de Cochabamba; paisajes adonde vuelven presencias familiares de entonces (el tío, el abuelo, el condiscípulo de la escuela, los compañeros de juego), así como memorables figuras de diversos ámbitos: el payaso de circo, Marilyn Monroe, Natalie Wood, Enrique Omar Sívori. Esos poemas son elegías, pero siempre más rememoración que lamento, en una escritura obediente al deseo de prolongar su permanencia en la memoria; son, pues, vitrales verbales que apuntan a revivir, a fijar en la página lo vivido y perdido.

A partir de Camino de cualquier parte (1998), pareces tomar partido por las formas poéticas más bien tradicionales, sobre todo la copla y las formas estróficas formadas por asonancias irregulares. Sin embargo, en tus primeros libros, es importante la experimentación formal (poesía visual, poemas en prosa, etc.). ¿Cómo lo explicas?
Sí, Morada y Mirabilia, son libros de una exploración y experimentación lúdicas del lenguaje, de un lenguaje visual, como dices. La tradición de una poesía caligrámica y de la poesía concreta, a más del poema en prosa, son las pautas que rigen a ambos libros. El cambio o la inflexión que observas en mi obra posterior, surge a partir de un poema-libro: Desde tu cuerpo, inspirado en el nacimiento de mi hijo Gabriel. Se trata de un poema extenso, que concierta varios temas y tramas: el nacimiento y crecimiento del hijo, la celebración del cuerpo, la reflexión sobre el lenguaje, la violencia de la historia… Ese poema tiende un puente formal hacia mi poesía posterior, la cual se ajusta a formas poéticas tradicionales, en las cuales se plasman composiciones —en el sentido musical del término— como “El viento”, “La lluvia”, “El verano”; esa poesía de los elementos que ha destacado Antonio Muñoz Molina. Es obvio que esos poemas son inseparables de la forma en que se gestaron y plasmaron. Me gustaría destacar aquí el carácter narrativo que tienen, ya que comportan, como los cuentos o los romances, una suerte de trama y un desenlace.

A mi ver, tu poética presenta ciertas afinidades con la del francés Yves Bonnefoy, en la medida en que ambas hacen del acercamiento a la realidad no sólo un objetivo, sino una problemática fundadora. Bonnefoy, al hablar de esta empresa, afirma que es “inacabable” (l’inachevable). ¿Crees, como él, que resulta imposible acercarse a lo real a través de la palabra? ¿Es este tipo de poesía la crónica de un fracaso anunciado?
Cada poema sería una ventana abierta al mundo –exterior e interior–. En consecuencia, mucho depende de la mirada que mira a través de ella. Desde luego, la realidad permanece indecible en su totalidad, sólo podemos avizorarla y, sobre todo expresarla, parcialmente. En cuanto al carácter inacabable que, según Bonnefoy, tiene la empresa poética, depende del sentido que demos al término que él utiliza. La obra, en efecto, es inacabable, porque, por una parte, no apresa, por más que se proponga, toda la realidad, pues, al margen de los límites del lenguaje, ésta se halla en perpetua gestación o cambio. Además, toda obra tiene un carácter inacabado, porque es susceptible de perfeccionamiento –aunque hay tantas obras de una plenitud tal que no me las imagino de otra forma.

En tu poesía el sujeto es abiertamente personal y autobiográfico desde Razón Ardiente (1982), lo cual se confirma y acentúa en tus últimos libros. Ese yo poético que tantos modernos, en reacción al romanticismo, han ocultado a favor de un sujeto impersonal, ¿por qué lo reivindicas?
La persona poética que habla en mis poemas no siempre es autobiográfica; pues en ella se habla frecuentemente de las cosas y, a menudo, de otras personas. En Razón ardiente, sí, hay fragmentos autobiográficos, pero son sólo fragmentos que se insertan en otros que se refieren a hechos que trascienden lo personal, de modo que ese “yo” deviene, en la experiencia del exilio que testimonia, un “nosotros”. Además en la lectura cada lector se convierte en el autor o sus personajes, así como éstos se confunden en el lector. Sin esa metamorfosis o mimetismo camaleónico, la literatura, la poesía, no serían posibles.
Desde luego, reivindico el sujeto, la subjetividad irreductible e inabarcable de la persona, en un mundo en que cada una se halla cotidianamente amenazada de convertirse en un ente de condicionamientos, de reacciones y reflejos, en decir, en un robot o en un fantasma.
II. El ensayo

En Pasos y voces (2010), afirmas que lo que distingue a la poesía boliviana es una “continuidad cambiante”. En general, a tu ver, ¿qué es lo que tiende a cambiar?, ¿y qué es lo que permanece?
Me refería concretamente a la ausencia en nuestra literatura de manifiestos vanguardistas, frecuentes en otras literaturas como la chilena, argentina o mexicana. Las dos generaciones de Gesta Bárbara, que corresponderían al movimiento de las vanguardias, asumen desde su nombre –suerte de homenaje a Ricardo Jaimes Freyre– un reconocimiento de la tradición modernista. Por lo demás, las continuidades temáticas y estilísticas que señalo en Pasos y voces, por ejemplo, entre Hilda Mundy y Jessica Freudenthal, o entre Yolanda Bedregal y Mónica Velásquez, tan distantes entre ellas cronológicamente, ilustran la continuidad a la que me refiero. Otra constatación que me deparó la investigación para ese libro es descubrir el hecho de que las fundadoras de la vanguardia en Bolivia son tres mujeres: Hilda Mundy, con Pirotecnia —su único libro de poesía, publicado en 1936—, Yolanda Bedregal con varios de sus poemas de Naufragio, también de 1936, y María Virginia Estenssoro con El occiso, (1937), poema que temática y aun estilísticamente, anuncia la poesía de Jaime Sáenz. 

En 2009 salió una antología de jóvenes poetas bolivianos, titulada precisamente Cambio climático. En general, ¿te parece ésta una muestra de ruptura o más bien de continuidad en nuestra tradición?
Lo que tengo que decir sobre esa notable antología se halla en un artículo o reseña de la misma publicada también en Internet, de manera que no vale la pena repetir aquí mis opiniones (cf. “Notas a una antología”). Simplemente, me parece ya anacrónico hablar de ruptura, un concepto muy vanguardista, en una época en que, en rigor, ya no hay tales. Lo que hay en su lugar es una pluralidad, que por momentos trasunta una atomización, globalizada, pero atomización. Una de las ironías que refleja la lectura de esa antología es la profunda soledad de los hablantes, a menudo inmersos en un ámbito poblado de medios tecnológicos de comunicación como la Internet y la televisión. 

Tus ensayos no son panegíricos ni anatemas. Sin embargo, no temes poner en valor ni criticar ciertos aspectos de la obra que estudias. Como ensayista, ¿te parece posible establecer un límite entre la objetividad y la subjetividad en el momento de apreciar una obra?
Un límite objetivo, científico, es imposible: toda lectura, por erudita o académica que sea, implica una sensibilidad, un gusto personal, incluso prejuicios. Lo que tengo en cuenta antes de escribir un ensayo, es si la obra a la que me aproximo, me atrae, y si tengo o encuentro algo que decir sobre ella. Esa misma atracción o fascinación que ejerce la obra, me obliga a una fidelidad con ella, la cual no es otra que hacer una lectura apasionada y a la vez crítica. 

En un ensayo, escribes sobre cierto poemario: “Menos experimental, con una escritura lineal, la segunda parte me parece más convincente”. ¿Significa ello que desconfías de la experimentación? ¿Crees que es aún posible innovar en poesía?
No me opongo a la busca de nuevos modos expresivos, a la experimentación indagadora, sino a ciertas prácticas escriturales que pasan por tales y son, en rigor, un ejercicio de la pereza, del facilismo. Así ocurre con frecuencia en la práctica inflacionaria del haiku y de otras formas poéticas.

¿A qué nuevos pasos y voces de la poesía boliviana te has acercado últimamente? ¿Estás preparando una nueva antología crítica?
Me encuentro en una etapa de lectura y reflexión; no tengo en mente aún un proyecto ensayístico o antológico claro. De lo último que he leído en el ámbito de la poesía en Bolivia, me impresionaron favorablemente los poetas que señalo en mi reseña a Cambio climático: Sergio Gareca, Guillermo-Augusto Ruiz, Emma Villazón Richter, Pamela Romano, entre otros.
III. La lectura

Si la biblioteca es la patria del escritor, ¿qué libros fundamentales conforman la tuya?
Los clásicos de siempre: Homero, Cervantes, Shakespeare; pasando por San Juan de la Cruz y Fray Luis de León; Lope de Vega, Góngora y Quevedo; y los clásicos modernos, Walt Whitman y Emily Dickinson, Baudelaire, Wallace Stevens y Octavio Paz –para nombrar solo algunos que releo con frecuencia. 

Leer y escribir poesía… ¿qué sentido le das a esas actividades en el mundo de hoy?
Leer poesía, descubrir una voz singular, o releer las clásicas, siempre me significa una experiencia enriquecedora. La incidencia de la poesía en las vidas de las personas es imposible de mensurar. Su presencia en la historia, sea como motor utópico o como espejo testimonial de las injusticias y estragos de la misma, es cada vez más limitado, como lo es su aliento para propiciar un cambio. Pero mejor no caer en el pesimismo y escuchar aquí a Yves Bonnefoy, quien en una entrevista dice:
La poesía es aquello que quiere liberar a los hombres de los prejuicios y quimeras que los empobrecen… hoy sólo pensamos y hablamos de manera conceptual, es decir, sirviéndonos de nociones y representaciones generales, que nada saben del tiempo, que nos hacen olvidar nuestra condición de mortales, que nos impiden comprender el valor fundamental del instante vivido, que nos alejan de los demás seres, unos seres que sustituimos por la idea abstracta que nos hacemos de la humanidad y de cada uno en particular.
Destaco la frase: «el valor fundamental del instante vivido»; la cual, me parece, puede ser un buen epílogo a este diálogo. 


Fuente: Ecdótica. Publicado con autorización del autor.

9 feb 2012

LA POESÍA BOLIVIANA, ESA DESCONOCIDA / Gabriel Chávez Casazola

Un signo de interrogación. Un signo que guarda un enigma a su vez escondido entre montañas. Así suele verse a la poesía boliviana desde fuera.  Y aun esto es un decir, pues casi no se la ve.  O no se la ve en absoluto, pese a que Bolivia tiene una rica, fecunda –y sobre todo vital- tradición poética.  Y pese a que las montañas andinas son solo la porción occidental de un vasto territorio de valles y selvas, que desciende al naciente con los ríos (y el idioma) abiertos.  

Para que esta poesía esté invisibilizada conspiran varios factores: editoriales pequeñas; falta de apoyo estatal; ausencia de publicaciones (libros, revistas, portales) con alcance internacional; escasos canales, flujos y contactos con autores, críticos, editores, traductores y divulgadores de otras naciones. Pero, sobre todo, en el trasfondo, planea una suerte de enfermedad nacional que aqueja también a muchos poetas: la mediterraneidad espiritual. 

Ésta consiste en creer, en los niveles subconscientes, que la ausencia de una salida al mar, a un mar arrebatado, encerró a los bolivianos, condenándonos a una suerte de confinamiento más allá (o más acá) de lo geográfico, tan determinante que de él no pueden escapar ni las palabras.  Mucho hay de victimismo –y de ignorancia de la propia condición amazónica y platense del país- en esta mirada, en este mito que han alimentado los políticos (y la educación diseñada por los políticos) durante décadas, para solapar sus propias incapacidades.

En el caso de la poesía boliviana, esta malade se ha traducido en lo que llamo una insularidad mediterránea (primera paradoja). Se trata de una poesía atípica, signada por el ensimismamiento y por la asincronía -este concepto es del poeta Gary Daher- respecto a las corrientes o a las vertientes estéticas, e incluso respecto a las discusiones que atravesaron y atraviesan la poesía escrita en nuestro idioma.

Esta, por cierto, no es una valoración negativa. De hecho, la insularidad de esta poética ha cuajado no pocas veces (y esto al margen de las infaltables medianías narcisistas) en una valiosa originalidad y en una gran potencia creativa, crecidas a las márgenes de otras poéticas, constituyendo una suerte de periferia central del continente (segunda paradoja).

Como decíamos al principio, poco se sabe en los circuitos internacionales acerca de la riqueza de esta poesía, de su tradición y de su actual vitalidad, en unos años en que precisamente la insularidad que le ha sido -y aún le es- característica comienza a diluirse, de la mano de la tecnología, las transformaciones glocales y la activa curiosidad de las nuevas generaciones de poetas, ya curados de los males del siglo pasado (o al menos en franca mejoría).

Como una pequeña contribución a la visibilización de esta poética y a su hacerse presente en el mundo, comenzando a disipar interrogantes exteriores y mitos interiores, accedí a la invitación de Alí Calderón para preparar un dossier de poesía boliviana que tomara en cuenta a diez autores, para su publicación en Círculo de Poesía.

Pude haber elegido a los tótems de la poesía boliviana –como Ricardo Jaimes Freyre y Franza Tamayo-; a sus piedras miliarias –pienso en Oscar Cerruto y Jaime Saénz-, o a relevantes poetas cuya obra se desplegó y alcanzó madurez en la segunda mitad del siglo XX y que ahora merecen ser releídos, estudiados y antologados, como de hecho ya viene ocurriendo con algunos de ellos (Edmundo Camargo, Blanca Wiethüchter, Roberto Echazú, ya fallecidos; Pedro Shimose, Eduardo Mitre, Matilde Casazola, Jesús Urzagasti, Humberto Quino, Fernando Rosso y Juan Carlos Orihuela, entre otros poetas que continúan produciendo). 

Sin embargo, pues su obra es la que mayor visibilidad e impulso precisa, opté por elegir a diez autores en plena y presente madurez poética, actuales frutos en sazón; diez poetas nacidos en un arco que va desde mediados de los 50 hasta mediados de los 70 del siglo pasado y que son quienes han publicado la mayoría de los libros de poesía más significativos, en diferentes registros estéticos, de la primera década de este siglo. No son poetas del siglo XX, en sentido creativo: son diez poetas del siglo XXI (tras los cuales viene otra valiosa generación más joven, de la que habrá tiempo de ocuparse más adelante, con nombres como Jessica Freudenthal, Emma Villazón, Janina Camacho, Sergio Gareca, Pamela Romano, Diana Taborga, Carolina Hoz de Vila, Pablo Carbone, Vadik Barrón, Paola Senseve y otros).

Cabe apuntar que busqué tejer una selección que abarcara no solamente a poetas nacidos o que desarrollan su obra en la ciudad de La Paz (un vicio del centralismo boliviano, también extendido a la literatura, suele preferirlos), sino también en las ciudades de los trópicos amazónicos y los valles centrales.

Están pues comprendidos Gary Daher (1956), Marcia Mogro (1956), Homero Carvalho (1957), María Soledad Quiroga (1957), Juan Cristóbal Mac Lean (1958), Gustavo Cárdenas Ayad (1961), Benjamín Chávez (1971), Oscar Gutiérrez Peña (1971), Mónica Velásquez (1972) y Paura Rodríguez (1973).  Vilma Tapia (1960) debió estar incluida pero declinó estar presente en esta breve muestra, que busca ser apenas una primera y parcial respuesta a ese signo de interrogación que es -aún- la poesía boliviana, esa desconocida.



(*) Poeta  y periodista boliviano, nacido en 1972.  
Sobre el autor