GIOVANNA RIVERO nació en 1972. Es escritora, comunicadora social y
periodista graduada de la Universidad Privada de Santa Cruz de la Sierra
(Bolivia). Sus cuentos han sido incluidos en: La otra mirada. Antología del cuento femenino boliviano (Alfaguara, 2000), Existencias Insurrectas (1997), The Fat Man From La Paz (Rosario Santos, 2000), Una revelación desde la escritura (Peter Lang, 2001), Voces de las dos orillas (Universidad de Playa Ancha, Chile, 2001) y El futuro no es nuestro (Eterna Cadencia, 2009), entre otros. Ha publicado los libros: Nombrando el eco (Marea Editores, 1994), Las bestias (Premio Municipal de Literatura de Santa Cruz, 1996), La dueña de nuestros sueños (Editorial Correveidile, 2002), Sentir lo oscuro (La Hoguera, 2002), Contraluna (La Mancha, 2005), Sangre dulce (La Mancha, 2006), Niñas y detectivas (Bartley Editores, 2009) y las novelas Las Camaleonas (La Mancha, 2001) y Tukzon, historias colaterales
(La Mancha, 2008) recientemente publicado en España por Bartley
Editores y reeditado por La Mancha con la original idea transformar un
capítulo al estilo cómic.
Esta chica superpoderosa (¿en qué radica el poder de la mujer? "El poder
está en la imaginación, siempre") que escribe desde su adolescencia va
ganando para sí, pero también para la literatura boliviana, un notable
espacio en las letras hispanoamericanas. Actualmente, reside en Estados
Unidos, donde realizó -a través de la beca Fulbright- una Maestría en
Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Florida. Este año ha
sido invitada a los festivales FINN (Festival Iberoamericano de Nueva
Narrativa, Argentina) y al Fet América (Festival Internacional de Novela
Contemporánea en lengua castellana, España). Laura Raquel Martínez
entrevistó a la escritora boliviana en exclusiva para Palabra Viva.
PALABRA VIVA.- ¿Cuáles fueron tus lecturas de adolescente? ¿Cómo accedías a esos textos?
GIOVANNA RIVERO.- Mis primeras lecturas fueron totalmente
accidentales, pues en casa no teníamos una biblioteca clásica y más bien
la enorme voracidad que yo experimentaba debía saciarla con las
lecturas de mi abuelo, otro lector de fantasías indiscriminadas. Así fue
como leí la revista Playboy en portugués! Y también novelas pocket del género Western
y por ahí se colaron cosas como "El llano en llamas" o "El último tango
en París"... Como ves, un caos maravilloso. También leía historietas y
revistas esotéricas.
P. V.- ¿Dónde publicaste tus primeros textos y en qué circunstancias?
G. R.- Publiqué los primeros textos en revistas locales, Santa Cruz
comenzaba a despertar a su fase cosmopolita y había un pequeño boom de
revistas y suplementos culturales. Ese fue un buen ejercicio para darme
cuenta de la distancia pública que existe entre la intimidad de la
creación y la decisión de mostrarse ante un lector.
P. V.- Tus primeros libros fueron catalogados como literatura erótica
e incluso recuerdo haber escuchado feminista, ¿hasta qué punto es
importante para vos plantear problemáticas de género en tu narrativa?
G. R.- Es un mandato interior, una trama natural. Hay mujeres en el
mundo y las mujeres nunca han tenido las cosas fáciles, entre sus deseos
y la realidad hay mil fricciones y esa es la base de, por ejemplo,
cualquier thriller. En mi caso, lo artificial sería desoír ese deseo de
narrar qué es ser mujer en el Siglo XXI, una pregunta tan válida como
"en qué consiste ser humano ahora?".
P. V.-¿Desde qué punto de vista se podría decir que te interesa
abordar la sexualidad: placer, deseo, amor, excitación? ¿Por qué?
G. R.- Porque son pulsiones, fuerzas, vectores en contra del paso
del tiempo. Eso, un modo de afrontar la angustia del tiempo que tiende a
ser cada vez más acuático, líquido. Ante un tiempo "twitter", la
posibilidad de la carne es una resistencia.
P. V.- Noto ciertos elementos bizarros y sucios recurrentes en tus textos, ¿de dónde crees que proviene tus vientitos fétidos?
G. R.- Mis primeras lecturas, las iniciáticas, fueron muy bizarras y
eso deja su impronta, su hermoso daño. Pero además, me gusta lo
imperfecto, el gesto humano.
P. V.- Uno de tus últimos libros, "Tukzon" surgió en Estados Unidos,
donde vivís actualmente, ¿qué espacios o estéticas consideras que le
ofreció ese país a tu literatura?
G. R.- Conozco una pequeña parte de Estados Unidos, justo la que los
hermanos Cohen utilizan para pintar las patologías de una sociedad
entre el puritanismo y la absoluta desinhibición. Los pueblos son
paisajes anchos, con árboles y ríos, hermosos, y tras esa belleza hay
dolor. Eso me impactó.
P. V.- ¿Pensaste en escribir, o de hecho escribís, en inglés?
G. R.- No. Tengo el español para escribir.
P. V.- "Todos somos extraños" fue una frase que utilizaste hablando de la trama de "Tukzon", ¿cómo se convive con un extraño?
G. R.- Extrañarse es un ejercicio que deberíamos hacer todos los
seres humanos porque ese eventual vaciamiento de uno mismo, el
preguntarse "¿y cómo sería si yo fuese otro?", permite la comprensión.
Al final, eso es lo que busca la literatura, comprender.
P. V.- Dentro de "Tukzon", Other voices me pareció un capítulo
impactante por la manera en la que está narrado y por la cantidad de
matices temáticos condensados, ¿cómo fue el proceso de escritura?
G. R.- Escuché el testimonio de un amigo que el día de las torres no
había podido regresar a su casa porque era imposible atravesar las
calles. A él le parecía que tras la humareda y el polvo todavía podía
ver el fantasma de las torres. Era su mente que se negaba a aceptar lo
que ocurría. Esa percepción fantasmática me llegó a fondo y se convirtió
en Other Voices.
P. V.-¿Cómo sentís que es tu vínculo literario y cotidiano con la poética?
G. R.- Intenso. No escribo la poesía, pero la leo, me alimenta, me salva. Es como orar.
P. V.- En relación a la cantidad de potenciales imágenes
cinematográficas de tus relatos, ¿sentís afinidad con lenguajes
diferentes al literario? ¿cuáles?
G. R.- Sí, inicialmente con el cómic porque de ese género aprendí la
importancia de la secuencia y el manejo de ritmos en una extensión
dada, y luego del cine, por el enfoque. El cine es enfoque, fotografía, y
la literatura se enfrenta a ese enorme desafío.
P. V.- En varias ocasiones hablas de la narrativa boliviana de
frontera casi como un género. ¿Cómo definirías ese tipo de producción?
¿Qué características tiene? ¿Quién/es la produce/n?
G. R.- Es que Bolivia es tan diversa y contradictoria que tenemos un
montón de fronteras, las cuales sin embargo no hemos sabido capitalizar
lo suficiente en la literatura. No sólo por los registros del habla,
sino también por las formas de imaginar tan distintas y a veces
confrontadas estamos ante una fuente de producción literaria que podría
revolucionar Latinoamérica. Mientras la literatura andina mantiene un
nivel sobrenatural, casi místico en sus producciones, la literatura
oriental muestra una Bolivia posmoderna bastante esquizofrénica. Y todo
es válido.
P. V.- ¿Crees que con tu generación la narrativa boliviana ha logrado
ingresar en el mercado internacional de la literatura? ¿Qué cosas
determinaron / pueden determinar ese proceso?
G. R.- Estamos en ello. Estamos intentándolo. Yo creo que es
importante no ser individualistas a la hora de exportar literatura. Un
solo nombre no va a cambiar el estado de cosas. Es importante aprender
de los argentinos, por ejemplo, a recomendarse unos a otros sin pudores,
a formar tradición, a abrir un paraguas cultural que ampare a muchos.
Los editores buscan autores, es cierto, pero un autor es más sólido si
lo referencia toda una comunidad cultural.
P. V.- ¿Quiénes conforman el panorama de la narrativa boliviana hoy?
G. R.- Todos. Me resisto a hablar únicamente en el lenguaje del
mercado. ¿Quiénes lo conforman? Todos los que en Bolivia están
escribiendo de manera comprometida y apasionada.
P. V.- ¿Cuál es tu apreciación sobre el ámbito editorial boliviano,
sobre el vínculo de los autores con las editoriales y con el mercado
internacional?
G. R.- Lo que dije. Que Bolivia en principio no interesa porque sus
guerrillas internas no le han permitido mostrar hacia afuera lo
contradictoriamente literaria que es. Hay que vendernos como lugar, como
tradición para que la cosa sea sostenible. Un editor dice "una
escritora boliviana", pero él mismo no está seguro de lo que eso
significa. Y si bien los discursos literarios proclaman que la patria
de un escritor es el idioma, la imaginación y, por último, Internet, yo
creo que no hay que confundir chauvinismos y en contraparte
posnacionalismos con la necesidad de que el gentilicio no sea un lugar
vacío, desconocido.
P. V.- Mónica Velásquez en su "Panorama y entretejido de la poesía
boliviana actual" explica que la poesía ha tenido una continuidad amable
entre las generaciones, ¿cómo lo sentís en la narrativa?
G. R.- No sucede igual. La narrativa se ha movido con saltos
mortales y piruetas arriesgadas, por lo menos en la región oriental, que
es donde a fines de los años noventa comenzó a gestarse una vocación de
modernidad necesaria como punto de inflexión. Es que hablamos de más de
una dinámica literaria en Bolivia. Una cosa era La Paz y otra Santa
Cruz, por ejemplo.
P. V.- Y en su relación con el canon internacional, ¿crees que la
narrativa boliviana fue más o menos permeable que otros géneros?
G. R.- Midiendo a escala, sí. Lo que pasa es que antes de Internet
el acceso a lecturas contemporáneas era demasiado azaroso. Hemos tenido
que cubrir algunos atrasos a la velocidad de la luz.
P. V.- ¿Considerás que en Bolivia (como en otros países) la narrativa tuvo y/o tiene mayor arraigo en el lector que la poesía?
G. R.- Claro. Es parte de la genética imperfecta del ser humano. La
poesía usa menos palabras y eso puede confundir; sus estrategias y
retóricas se mueven en altos niveles. Leer poesía es un trabajo más
arduo que leer un cuento.
P. V.- Hace unos meses estuviste en Argentina, como invitada al
Festival Iberoamericano de Nueva Narrativa, ¿resultó una experiencia
positiva?
G. R.- Argentina es un lugar intenso. Yo tenía que haber ido antes y
ahora necesito volver. Acordate que mis primeras lecturas fueron de
editorial Columba, o sea que ahí hay un vínculo afectivo muy fuerte.
Pero en términos del "business literario", el viaje me permitió conocer
gente interesante, gente que admiro y también me permitió mostrar un
poco lo que yo hago, salir del involuntario autismo. Además, ir hasta
el fin del mundo para escribir es muy coherente con mis propias apuestas
artísticas.
P. V.- A partir del encuentro, ¿cambió tu mirada sobre el campo literario iberoamericano?
G. R.- Antes estuve en otros encuentros iberoamericanos y ahora
mismo estoy volviendo del Fét a América, en Barcelona. Los encuentros
sirven para muchas cosas: para hacer amistades literarias, para que te
regalen libros, para pensar mejor en lo que uno está mismo produciendo,
para enajenarse y para desmitificar algunos éxitos. Ojalá de los
encuentros salieran manifiestos, pero es que somos demasiado sumisos con
el mercado. De todos modos, en los encuentros siempre se siembra una
semilla cuyos frutos no son inmediatos. Yo disfruto muchísimo del
posencuentro, cuando comienzo a vislumbrar esa gestación, el modo en que
lo que no era materia o idea comienza a derivar en otra realidad. La
amistad literaria es el fruto más rico, porque eso puede modificar
estéticas.
P. V.- ¿Qué expectativas hay sobre las generaciones de narradores
nacidos después de los 70s.? ¿Se debatió al respecto en el encuentro?
G. R.- No, en Ushuaia no fue un tema agendado, y en Barcelona lo
hablamos un poco: una relación menos oposicional con los del Boom,
cierta empatía por el pop, fragmentarismo, hiperrealidad, pero también
el impacto de haber sido jóvenes que sólo tenían la tele a ser adultos
jóvenes con un acceso casi ilimitado a lo virtual. Este shock lo tenemos
que procesar dentro de la literatura.
P. V.- Quizá por fatal inspiración te pregunto... ¿hoy a quiénes lees? ¿cómo accedes a esos textos?
G. R.- Leo de todo: ensayos Siglo XXI, literatura súper
contemporánea, gringos, españoles, latinoamericanos. Es una voracidad un
poco caótica que me cuesta plata, pero regulo eso gracias también a que
actualmente cuento la biblioteca de la Universidad de Florida, que es
una de las más completas en ficción latinoamericana en los Estados
Unidos.
P. V.- Quisieras agregar alguna anécdota del Festival Iberoamericano o alguna otra cosa.
G. R.- Viajé con Irene, mi hija, a Ushuaia, y poder integrarla a una
actividad literaria me permitió consolarla por las heridas que
involuntariamente los familiares del escritor o escritora se llevan sin
comerla ni beberla, pues el oficio literario es muy demandante y uno no
siempre sabe poner límites a la antropofagia de la ficción.
Publicado en Palabra viva
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