Lumbre de ciervos, el segundo libro de Emma
Villazón, es el resultado de un laborioso oficio de cultivar poesía, una
incursión respetuosa al espacio onírico que brinda la palabra en su estado
puro.
Desde mi lectura, Parlamento, el
segundo poema del libro, es la piedra angular que da pie y sustenta el
recorrido que nos ofrece el conjunto de versos, que mantienen un ritmo interior
permanente, y se depositan confiados sobre un sólido andamio que le permite dar
giros, hacer muecas y moverse con certeza en un terreno pantanoso.
Nadie parte fácilmente y quizás nunca del todo/ de instancias mayores,
sobre todo del lugar de origen, de esta torre ambigua y amenazadora, siempre
hambrienta de sueños idénticos, advierte la poeta en
Parlamento.
Y el título del libro invita a pensar
en una lumbre tenue, ambigua, a veces fría, en otros casos cegadora y,
sobre todo, una lumbre cuyo origen palpita en la piel de lo animal.
Esta lumbre podría ser tácitamente
comprendida como la belleza pero la trama del libro y los recodos que ofrece, a
veces como reflexiones, a veces como asaltos lúcidos, a veces como señales de
desconcierto, nos precisan que esta lumbre de ciervos es algo más, es la
belleza en sí pero atravesada por otros caminos y quizá uno de ellos sea el de
la búsqueda.
Un ciervo de corto pelaje y de fuertes
músculos, habita un bosque umbrío y húmedo y la poeta, ingresa en él, a
buscarse a sí misma, quizá guiada por esa lumbre, quizá alucinada. La lectura
del libro también nos permite vislumbrar que tal vez no se trata del ingreso a
un bosque, y que la poeta no va necesariamente al encuentro de nadie, porque
ella es el ciervo. Se trata del viaje a un territorio mutante del que se puede
pensar que es la propia poesía, así, indefinible; capaz de desentrañar las
cosas terrenas desde un oráculo, que luego de cada palabra que pronuncia se va
diluyendo y cae como arena a la arena.
Y entonces ahí está la certeza de lo
incierto: No he desaparecido, estoy en un
sueño/ revestida por otro viento de sueño,/ en el que no puedo fiarme de los
nombres/ de mi cuerpo ni de los días venideros, confiesa Emma en Balada de
Sophie Podolski contra la desaparición.
Más allá de la certeza de lo que no se
sabe ni comprende están el viaje, la partida, la migración, la casa que nunca
dejamos, el cuerpo como la habitación más desconocida, la palabra como un hueso
que se puede roer eternamente: Abandonarse
al reposo ciego/ Para brotar la voz que descarcare crustáceos escribe Emma
pero es tan profunda la búsqueda que este abandono no se resigna, y hay otras
posibilidades que permiten que a partir de la voz ocurra lo cruel, lo que
devasta y entonces dice Emma: habrá que
ahorcar la voz.
La lectura de Lumbre de ciervos es el ingreso a un
espacio de numerosas posibilidades, a una casa que es la primera, la segunda y
la tercera de las que habla la autora, pero que en definitiva sigue siendo la
misma: es el encuentro con habitantes que exigen
y gotean, es la mirada hacia un cielo
que se desdobla.
Y no podemos olvidar al ciervo, al ojo
abismal del ciervo, el ciervo-poeta; el ciervo-madre; al ciervo-hijo; el
ciervo-amante. En él confluyen todos los ‘yoes’ de la que escribe (Emma) y del
lector, cualquiera que fuese este.
En todo este viaje, hay un ancla que
lucha por mantener lo cotidiano presente, lo de cada día, lo que nos hace
humanos y es así que la poeta escribe: No
he desaparecido, cavilo en mi cuarto, pájara curiosa, sobre las ejecuciones del
tiempo./ No me protejo, Enmascarados vibran afuera de los siglos, espías de mis
vocablos sin regreso.
Hay otros puntos que señalar, como que
el oficio de ser poeta también está en la reflexión. ¿Es posible dar respuesta
a la necesidad de escribir? ¿Dar explicaciones a ese tic que (cito) desteje oscurantismos linguales de gente
errante?
De la lectura de Lumbre de ciervos me quedan imágenes poéticas impecables,
misteriosas certezas y un acercamiento a lo etéreo; pues se trata de un regreso
al nomadismo y a la niebla.
1 comentario:
Hello. And Bye.
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