Difícil hacer algo semejante a una
descripción del reciente poemario de Paura Rodríguez Leytón Como monedas viejas sobre la tierra (La
Hoguera, 2012), cuarto libro de poemas de la autora, debido a la profusión de
secuencias oníricas hiladas de forma tan depurada que presenta, y a la vez por
el carácter críptico de los versos —y digo críptico en el sentido positivo del
término, ya que ofrecen sensaciones fuera del código convencional de
coordenadas sensitivas de la vida diaria. Pero justamente en ese rasgo esencial
reside mi atracción por la obra y mi necesidad de hablar de ella, en la
capacidad que tiene para deslumbrar a través del recorrido de una voz poética —el
libro consiste en un largo poema organizado en estaciones numeradas— que
transita por el monólogo y luego interpela a un otro y a una otra indeterminados,
revelando experiencias plásticas desconcertantes, cuya fuente además de la alquimia
con la palabra pareciera surgir de una relación con los sueños.
Escuchemos: “Una pared alta,/ de
tierra/ abre un espacio extraño en mi memoria”; “He me aquí transparentada/ por
una luz cenicienta/ lamiendo los dedos para contar las horas”; “Mi lenguaje a
ciegas/ los caminos como horas diluidas:/ semillas dispersas en la arena”.
Desde el comienzo del libro se cruza un umbral donde raras imágenes suceden y
aluden a una resistencia contra el olvido a la vez que a la necesidad de una
aceptación amable de la transitoriedad de la vida. Complicada tarea. La
conciencia de lo que hace el tiempo en el cuerpo provoca asombro, daña, pero
también es una buena señal porque “el asombro mantiene vivas las venas”. La dispersión
de la identidad da el tono del poemario, uno de constante sorpresa y peligro, donde
a la vez hay cierta referencia al poder que tendría la voz poética para lanzar
augurios y descubrir otras realidades: “Juntos lamiendo la oscuridad/
remachando el silencio/con augurios cotidianos”; “te adormeces buscando la
verdad”; “esperamos siempre/ que vuelva/ el sigilo de los secretos menudos”,
característica esta última que me recuerda a esa figura del poeta que se asoma
a lugares sagrados y devela una verdad más trascendente, búsqueda poética en la
que el hablante asume el lugar del médium, y que fue, en su momento, explotada
por el surrealismo. Pero pienso, más precisamente, en Olga Orozco al percibir
este camino en Paura. Por ciertos momentos, creo algo de la práctica orozquiana
resuena en Como monedas viejas sobre la
tierra en más de un sentido: primero, como señalé, en comprender la voz
poética como la de una oficiante o sibila, o un puente que une lo perdurable
con lo momentáneo, lo invisible con lo visible a través de la experiencia
onírica; y segundo, porque en ambas permanece como un principio la idea de que
la tensión desgarradora que se vive a causa del tiempo puede resolverse de
alguna manera en el poema, es decir en ambas está la creencia de que el poema
salva; cito a Paura: “Un poema podría ser el mejor refugio para tus huesos,/
para tu fémur olvidado”, y a Olga, que, en un breve texto titulado “La poesía”,
dice que el poema es un acto de fe, “como un poco de salvación en el fondo de
la pérdida, o como el alivio de haber salvado el lenguaje después de haberlo
expuesto al mayor de los peligros”.
Pero para que tengamos una idea aún
mayor de la intensidad de Como monedas
viejas sobre la tierra, podríamos imaginar la experiencia de lectura como
el ingreso a un sendero confuso, de fácil y seductor extravío, donde el yo hace
una labor de sanación, de afirmación de la vida, a través de ritos domésticos,
sufriendo ciertos vértigos (“mejor no reavivar la llama,/ mejor no estar así
arrimada por lo que no sé”), y donde también pide caminar con un otro (“Juntas/
las formas de nuestros pies/transitan el delirio del olvido”), y asimismo, como
mencioné, donde se establece un diálogo con una otra: “Mi lenguaje/ recuerda
que hacías pedazos los papeles,/ y que cruzabas descalza la noche/ en la que
hacía falta un diván amarillo”, interlocutora sobre la que coincido con el
poeta Antonio Terán, quien hace el prólogo del libro, en que podría ser la
misma poesía. Ante esta “otra”, la voz poética encuentra un regazo, se da el
éxtasis “entre maravilla y miedo”, “los versos caen/ como monedas viejas/ sobre
la tierra”. De esa manera, entra en juego en la obra la imagen de los versos
como monedas antiguas, como objetos intercambiables fuera del orden de la
economía imperante, pues circulan en el ámbito de la escritura, donde los
valores de la cotidianidad entran en quiebre, y lo más antiguo puede ser lo más
nuevo y deslumbrante; es decir, circulan en un espacio donde todo es posible.
Paura Rodríguez Leytón (1973). Es poeta y periodista. Mereció el Premio Nacional de Poesía
convocado por el Gobierno Municipal de Sucre. Sus últimos poemarios son Ritos de viaje y Pez de Piedra.
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